Vic de nuevo
El Ayuntamiento de Vic vuelve a ser noticia por su decisión de comunicar al Gobierno cada inmigrante en situación irregular que empadrone en la ciudad.
Y lo hará al amparo de una comunicación de la comisaria europea de Interior, la sueca Cecilia Malmström, que considera que la legislación europea sólo ofrece dos alternativas a los estados miembros en lo que se refiere a la situación de los inmigrantes sin permiso de residencia: o se les regulariza o, sino, se les expulsa.
Como viene sucediendo desde hace unos meses, las autoridades españolas –las catalanas también– prefieren ocultar la cabeza debajo del ala y tildar de xenófobos a los que plantean abordar en serio un debate tan complejo como el de la inmigración.
Vic no es un foco del Ku Klux Klan como muchas veces se presenta a la capital de Osona desde las posiciones dogmáticas de una cierta izquierda, sino una ciudad preocupada por su convivencia y que con un 25% de población inmigrante –aún lejos del 43%, por ejemplo, de Salt– trata de preservar un modelo de convivencia entre autóctonos y recién llegados que ha funcionado hasta la fecha y ha sido puesto como ejemplo fuera de Catalunya.
La inmigración que ha llegado a Catalunya en los últimos años en unos porcentajes que no tienen parangón en la Unión Europea ha posibilitado un periodo de bonanza económica y crecimiento que no encuentra equivalente en el Viejo Continente. Ahora se debe encontrar acomodo a esta situación, pese a que las condiciones económicas y sociales son bien diferentes.
No será mirando hacia otro lado que se podrá abordar el problema, sino recurriendo a la tradicional definición de Catalunya como una tierra de acogida, generosa pero nunca ilimitada.
Y lo hará al amparo de una comunicación de la comisaria europea de Interior, la sueca Cecilia Malmström, que considera que la legislación europea sólo ofrece dos alternativas a los estados miembros en lo que se refiere a la situación de los inmigrantes sin permiso de residencia: o se les regulariza o, sino, se les expulsa.
Como viene sucediendo desde hace unos meses, las autoridades españolas –las catalanas también– prefieren ocultar la cabeza debajo del ala y tildar de xenófobos a los que plantean abordar en serio un debate tan complejo como el de la inmigración.
Vic no es un foco del Ku Klux Klan como muchas veces se presenta a la capital de Osona desde las posiciones dogmáticas de una cierta izquierda, sino una ciudad preocupada por su convivencia y que con un 25% de población inmigrante –aún lejos del 43%, por ejemplo, de Salt– trata de preservar un modelo de convivencia entre autóctonos y recién llegados que ha funcionado hasta la fecha y ha sido puesto como ejemplo fuera de Catalunya.
La inmigración que ha llegado a Catalunya en los últimos años en unos porcentajes que no tienen parangón en la Unión Europea ha posibilitado un periodo de bonanza económica y crecimiento que no encuentra equivalente en el Viejo Continente. Ahora se debe encontrar acomodo a esta situación, pese a que las condiciones económicas y sociales son bien diferentes.
No será mirando hacia otro lado que se podrá abordar el problema, sino recurriendo a la tradicional definición de Catalunya como una tierra de acogida, generosa pero nunca ilimitada.
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