De la patera al carrito


 

CON LA MISERIA A CUESTAS

De la patera al carrito

Medio millar de senegaleses peinan las calles de Barcelona en busca de chatarra y la llevan hasta almacenes del Poblenou, donde las venden. Detrás de cada uno de estos hombres hay una historia. Imprimir

Un africano empuja un carro de la compra cargado de chatarra por una acera del Eixample. A la misma hora, apenas a cuatro manzanas de distancia, la escena se repite. Un amplio recorrido en moto por las principales calles de Barcelona permite descubrir varios más. Son decenas de inmigrantes senegaleses que empujan su propio carrito del súper cargado de los más variopintos objetos de metal. La mayoría rebuscan mercancía en los contenedores o la recogen a los pies de ellos, donde se suelen abandonar pequeños electrodomésticos que en realidad deberían ser depositados en punts verds o deixalleries urbanas, pero que, sin embargo, apenas permanecen unas horas en la vía pública. Y detrás de cada uno de estos chatarreros del asfalto que componen esta peculiar brigada de limpieza africana (se calcula que la componen unas 500 personas) hay una historia de lucha y supervivencia, desde la patera en el Atlántico hasta el carrito metálico del súper.
Un jóven conduce su carrito por la calle Almogàvers. CARLOS MONTAÑÉS
«En el año 2006 estudié un año de Derecho en Senegal, pero luego decidí venir a Barcelona con mi primo», explica Ibrahima, de 32 años, en la puerta de un almacén del Poblenou. Un centenar de senegaleses entran y salen de la nave («no digas dónde está porque no queremos que nos la cierren como han hecho otras veces», dice uno de ellos) mientras un pequeño grupo ve un partido de fútbol en un televisor seguramente rescatado también de la basura. La mayoría miran con recelo al visitante.


Parece que les tranquiliza que no haya cámaras. «Estamos cansados de que vengan a hacernos fotos. Muchos somos ilegales y no queremos problemas. Solo pedimos que nos dejen ganarnos la vida», aclara Joseph (nombre supuesto), que se dispone a contar su vida, «y todo lo que tú quieras que añada», a cambio de dinero. No entiende que un testimonio no se compra, y lo manifiesta con una mueca que revela que precisamente el mercadeo es lo que a él le permite sobrevivir.

200 euros al mes

«Nos sacamos unos 200 euros al mes, sin parar de cargar con chatarra todo el día», puntualiza Joseph algo más reacio a dialogar ante la falta de recompensa. La sonrisa nerviosa con que se despide demuestra el buen rollo con el visitante, el curioso y muchas veces con los policías. «Suelen venir agentes de paisano a hacer controles de los que estamos aquí, pero nosotros no queremos problemas», explica. Un reportaje puede provocar después el cierre de la nave ocupada al presionar las autoridades municipales al dueño del local.
El argumento contundente es que cualquier accidente en el interior podría ser responsabilidad del antiguo empresario o del actual propietario del solar. Y es que algunos inmigrantes incluso se quedan a dormir en la misma nave abandonada donde se compra y vende ahora el metal.
Los nervios siguen esparciéndose entre los senegaleses de ojos vivos y siempre alerta mientras no paran de llegar compatriotas con los carros repletos. «La mayoría son propiedad del Mercadona porque hay uno en Poblenou», dice Ibrahima, quien desvela que a veces vienen empleados de este establecimiento con un camión y acompañados de policías para recuperar sus carros. Al rato, un compatriota amigo suyo comienza a discutir con Ibrahima. Ya sabe que habla con un periodista y no le gusta. El interpelado acepta enseguida la invitación a seguir la charla un poco más alejados del improvisado mercado de metal, a cuya entrada una enorme báscula acoge los cargamentos de chatarra, desde un calentador de agua que ha llegado sobre la espalda musculada de un joven senegalés hasta los componentes de una lavadora desguazada.
Ibrahima recuerda perfectamente cómo realizó su travesía en el Atlántico para llegar a las islas Canarias a bordo de una patera hace cinco años. Y también que, poco después, mientras deambulaba por Barcelona sin papeles, lo cogieron y lo expulsaron en avión a su país. «Yo tenía que volver aquí. Tengo a mi madre en Senegal y a una niña pequeña que mantener. Así que cogí una segunda patera y repetí la misma travesía otra vez hasta llegar a Catalunya», confiesa.
Ahora él ha tenido suerte: se ha casado con una catalana, ha conseguido el permiso de residencia y hasta se está sacando el carnet de conducir («mañana tengo examen de teórica», dice orgulloso). Pero parte de esta buena estrella se debe al esfuerzo, la chatarra y la constancia. «Es muy duro porque trabajas mañana y tarde, pero gracias a esto he podido enviar cada mes a mi madre y mi hija 150 euros. En mi país una familia vive con menos de 200», precisa. El precio de la chatarra recogida confirma el sacrificio de estos nómadas del asfalto. Por un kilo de hierro reciben 20 céntimos. Por uno de aluminio, 60. «Si encuentras una lavadora y le sacas el motor para quitarle el cobre que lleva dentro, puedes conseguir unos 20 euros, pero has tenido que cargar con 100 kilos a lo mejor desde el Tibidabo hasta el Poblenou», indica.
Con el tiempo, estos chatarreros han aprendido algunos trucos, como el de llevar siempre consigo un imán para separar el hierro del aluminio o comprar la chatarra en los edificios en obras. «Cuando llegamos a una finca en obras se negocia con el encargado para que nos deje llevarnos laspiezas a cambio de algo de dinero, que luego recuperas cuando lo traes para venderlo», precisa Ibrahima, quien antes de marcharse suplica a sus compatriotas jóvenes que ya no vengan a Europa. «Se piensan que esto es el paraíso y es muy duro.
Muchos viven aquí en situación infrahumana, pero no se atreven a volver por vergüenza», cuenta mientras sueña en sacarse el carnet, comprarse un coche, coger con él un ferry, atravesar Marruecos y llegar hasta Senegal de vuelta, esta vez por carretera y con papeles, para ver a su madre y su familia. Su retorno, que será más una visita de ida y vuelta, ya que convive aquí con su esposa, a la que conoció en el 2009 y con la que se casó un año después, será muy diferente a los de los poquísimos que han aceptado el retorno voluntario. Un ejemplo es el proyecto municipal Retorna amb èxit, con el que se ha ofrecido formación para adquirir habilidades laborales a 500 senegaleses. Al final el ambicioso plan solo ha servido para que cuatro de ellos regresaran a Senegal con un billete de avión pagado por el Ayuntamiento.
Los que se quedan en Barcelona y no pueden integrarse en un domicilio propio, comparten viviendas en grupo o pernoctan en asentamientos, muchos de ellos en locales abandonados. Todos coinciden en que no se producen problemas de convivencia y los vecinos de Poblenou. Hasta han desarrollado una red solidaria de apoyo a este colectivo, como los grupos Apropem-nos y Suport amb els Asentaments. «La presión policial y los desalojos esconden el problema y provocan que estos inmigrantes se desplacen a otros lugares o malvivan en grupos en viviendas», afirma Manuel Andreu, vocal de la Associació de Veïns del Poblenou. Esta entidad confirma que es difícil calcular cuántos senegaleses se dedican a la chatarra en Poblenou, aunque sí más de 250. «Es una población inestable y no hay cifras exactas», añade Andreu, quien denuncia que han pedido una reunión con el alcalde Xavier Trias para abordar las ayudas a este colectivo, que mayoritariamente vive y trabaja en Poblenou. Esta reunión se ha aplazado varias veces. «Nosotros insistimos en que este es un problema que deben abordar conjuntamente el Ayuntamiento, la Generalitat y el Gobierno central», dice el representante vecinal. Que no los multen
Para Andreu, los chatarreros africanos sufren también la crisis de la construcción: «Hace dos o tres años recogían mucho material porque había muchas obras. Ahora ya no es así, y se han sumado a la recogida de metal familias enteras galaicoportuguesas y rumanas». Sin embargo, entre el colectivo africano y el todavía menor de los gitanos no suelen producirse problemas. La Associació de Veïns de Poblenou pide que se habiliten barracones en los solares donde se concentran los vendedores de chatarra y que se potencie el uso de viviendas tuteladas. También que se deje de multar a los que arrastran los carros por las calles.
 Mientras las soluciones no llegan, algunos han decidido actuar para paliar los posibles problemas, como ya hace la voluntaria Magda Delgado. «Como médico a veces me llaman de Apropem-nos si alguien necesita una consulta de salud. Pero yo colaboro más en la entrega de alimentos en los asentamientos y en los pisos. También aprovecho para comprobar si están informados sobre las coberturas médicas, la tarjeta sanitaria, y los hábitos de salud. Pero suelen estarlo» , explica Delgado. Asegura también que la mayoría de los chatarreros senegaleses son hombres de entre 20 y 40 años.
Las mujeres no suelen acompañarles en el arriesgado viaje hacia un mundo mejor, ni acostumbran a realizar la reagrupación familiar a posteriori, como sí hacen las comunidades latina y magrebí. Quizá muchas senegalesas desconozcan que sus compañeros empujan carros repletos de chatarra en la Barcelona soñada a la que no hace mucho llegaron en patera con la ilusión de enriquecerse en un mundo mejor.      fuente: el periodico-

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