Los hijos de la inmigración piden igualdad en la sociedad y el trabajo

Casos como los de Salt y El Vendrell demuestran la necesidad de que este colectivo tenga un futuro

Las posibilidades de progreso de los jóvenes de origen foráneo decidirán si hay conflicto o paz social

«Haga lo que haga, mi nombre me afectará», pronostica Ferdaus Housni con serena resignación. Ferdaus es catalana, de madre marroquí. Tiene 19 años, estudia en la UAB, tiene un expediente académico impoluto, habla catalán, castellano, inglés, francés y árabe, pero tiene miedo al futuro: «Temo que a la hora de enviar un currículo, vean mi nombre, lo aparten y miren primero el de alguien con un nombre como María García.

Por ser hijo de inmigrante tienes que hacer más que los demás para estar en igualdad de condiciones, tienes que ir en persona a la empresa para que te vean, te valoren y eliminen el prejuicio, y esperar que te traten igual que a María García, que quizá solo habla castellano e inglés».
Ferdaus no ha sentido rechazo social, pero sí la ignorancia sobre su identidad. Le preguntan a menudo cómo se siente. Ella contesta: «Y tú, hijo de padres nacidos en Andalucía, ¿cómo te sientes».

Si Ferdaus, con nacionalidad española, una familia estructurada y un recorrido educativo ejemplar, intuye este techo de cristal, este rechazo, ¿cómo se sentirán otros hijos de la inmigración que han acudido a Catalunya a medio camino de su infancia?

Madiha Farhara, taxista, tiene 26 años y lleva en Barcelona desde los 14. Sus clientes a menudo le preguntan: «¿De dónde eres, maja?». «De aquí», les contesta ella. Y cuando alguno le indica que tiene una piel muy morena, ella no se corta: «Es porque tomo mucho el sol». Madiha se ríe a carcajadas con la anécdota.

En cambio, se enfurece al recordar cómo una clienta airada se quejó del recorrido y le espetó: «No sé que venís a hacer aquí los extranjeros, parecéis tontos. Volved a vuestro país». «Me callé, pero llegué a mi casa llorando. Me sentí fatal», recuerda.
«Tienes que hacer muchísimo más esfuerzo que un catalán nacido aquí, te ven como a una tonta», denuncia.

EL ASCENSOR CHIRRÍA /
>Su historia no ha sido tan plácida como la de Ferdaus y para ella el ascensor social también va más lento, pese a haber recibido ayudas públicas y de entidades como Punt de Referència, de apoyo a jóvenes que han sido tutelados por la Administración.

El ascensor chirrió, por ejemplo, cuando una excompañera de trabajo de Madiha se quejó de que la ascendieran a segunda jefa de planta del Caprabo. «A los españoles no les gusta que un moro les mande en el trabajo», afirma con conocimiento de causa.

«Es para enfadarse y mandarlo todo a tomar por saco, pero piensas: ¿adónde vas a ir?», añade. Ante el rechazo, la xenofobia y los tópicos sobre Marruecos ha optado por darse la vuelta e irse. Pero conoce a otros jóvenes como ella que han sacado su rabia «pasando delante de un catalán e insultándole».
Otra joven que convive día a día con la burla por su procedencia es Souad. Tiene 17 años y llegó a Barcelona hace 18 meses para estudiar y optar a un futuro mejor. Al contactar con ella telefónicamente nos pide que le hablemos en catalán. Ella lo habla más que correctamente, gracias a las clases que recibe dos veces por semana.

Estudia un grado medio de Administración. «Los alumnos que estudian conmigo son fatales, unos maleducados, me llaman mora». ¿Por qué lo hacen? «Porque estudio mejor que ellos», contesta deprisa. Y añade, con una sonrisa a medio camino entre la resignación y el desprecio: «Son tontos». Souad no piensa renunciar a su sueño: ser azafata de vuelo y poder trabajar en la ruta Barcelona-Casablanca, de donde procede su familia.

ASUNTO FUNDAMENTAL /

Las vivencias de Ferdaus, Madiha y Souad ponen directamente sobre la mesa lo que sociólogos, demógrafos, entidades y administraciones coinciden en calificar de absolutamente fundamental para el éxito o el fracaso de la convivencia en los próximos años.

«El futuro de estos chicos y chicas es nuestro futuro, su éxito será nuestro éxito, su fracaso será la prueba de nuestro fracaso, y nos lo estamos jugando ahora», afirma con vehemencia Andreu Domingo, subdirector del Centre d’Estudis Demogràfics.
Lo preocupante de la situación, en palabras de Jordi Moreras, antropólogo de la Universitat Rovira i Virgili de Tarragona, es que «se les dice que se tienen que integrar, formarse, hablar el catalán, pero la gente de aquí no los siente como miembros de la comunidad.

Si se les cuestiona, vamos mal». Además, Moreras echa de menos que nadie haya puesto todavía el termómetro para saber qué sienten, qué piensan y cómo viven realmente los hijos de los nuevos catalanes. Un colectivo en el que «siguen faltando liderazgos, voces, plataformas».

Moreras ve como un gran éxito la reciente autoorganización de los jóvenes inmigrantes en Salt ante las acusaciones de delincuencia y robos que pesaban sobre todo el colectivo.

Lo hicieron, además, al margen de los líderes religiosos de edad más avanzada, que acostumbran a ser los interlocutores habituales. Lo que está por ver, dice este experto, es si a la larga estas redes seguirán extendidas o se diluirán como ha pasado en ocasiones anteriores.

Mientras esto pasa, la lucha por la igualdad de trato de mujeres como Hinda, de 30 años, les obliga incluso a cambiar su nombre cuando se trata de conseguir trabajo o vivienda. Hinda se hace llamar Belinda desde que un día fue a ver un piso de alquiler con su madre y esta llevaba el pañuelo en la cabeza.

Los vecinos de la escalera, en el centro de L’Hospitalet de Llobregat, organizaron una reu-nión porque algunos no querían emigrantes. Hinda no lo es. Nació aquí. Y no por ello deja de entender las raíces del rechazo: «Cuando tu hijo está un año en lista de espera para el dentista y a otros que vienen de la Cruz Roja los apuntan, por ejemplo... Debería haber más control».

Al mismo tiempo, Hinda ha comprobado cómo a jóvenes marroquís les echan de un bar al que ella entra sin problemas. «Vivo sentimientos contradictorios», reconoce.


SIN ALARMISMO /


¿Saltarán más chispas, como en Salt o El Vendrell? Hinda lo ve posible, especialmente por la situación de crisis y el paro creciente.

El responsable de Immigració del Govern, Oriol Amorós, coincide con los expertos en que este y no otro es el tema crucial para el futuro de la cohesión, y aboga por reforzar la inserción laboral y la formación, porque el paro castiga más en función de la nacionalidad y la edad. «Ellos tienen las dos cosas: son jovenes y proceden de la inmigración. No estamos como en París en el 2005, no existe tanta desafección, pero tampoco tenemos tantos servicios sociales como Francia se puede permitir», asume Amorós.

Jordi Pàmies, profesor de Pedagogía Sistemática de la UAB, concluye: «Si se sigue viendo a estos jóvenes como gente foránea, cuando no lo son, ellos acabarán interiorizando que son de fuera y se posicionarán como tales. Crearán una identidad reactiva». El ejemplo lo pone Hinda: «Mi madre se ha callado cuando le han dicho ‘mora, vete a tu país’, pero quizá yo no me calle si me pasa».

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