La urticaria de la película Rabia

Gustavo Franco Cruz*
gfranco@tribunalatina.com

Para quien está interesado por la difícil sitiuación de los inmigrantes en España y Europa, las primeras escenas de la película Rabia crean una gran expectativa. Uno se dice a sí mismo que por fin, una producción española trata de forma directa y realista el tema. Que ya era hora de que la pantalla grande se alejara de los tópicos y por fin, sin escamoteos, se mostrara la parte dura de la inmigración. Así reaccioné cuando el mexicano Gustavo Sánchez Parra, en el papel de José María, sale de un locutorio abrazado de la colombiana Martina García, con el rol de Rosa. La estampa perfecta de la inmigración: una pareja de inmigrantes saliendo de un locutorio.

El director ecuatoriano Sebastián Cordero dijo en una entrevista a la publicación La Gran Ilusión, que se reparte gratuita en los cines Renoir: "Para mí la historia de amor imposible es lo esencial, pero sin la tensión que se mantiene presente siempre en la película no funcionaría". Esta frase suena muy artística, cinematográfica incluso, pero desde luego, la pudo haber dicho cualquier director sobre cualquier película de cualquier tema y de cualquier país.

Una vez más la inmigración ha sido utilizada como un mono de feria para atraer espectadores. Pensaba que esto ocurría sólo en la política y en los noticieros. Pero el cine ya se ha contagiado. En todas las reseñas oficiales, que las escriben quienes producen la película, así como en todas las entrevistas y artículos de prensa, se dice que "retrata la realidad de los inmigrantes latinoamericanos". Lo siento, pero no es así.

La frase del director ya dice explícitamente que la inmigración no fue su principal preocupación. En la entrevista que menciono de dos páginas, mencionó una sola vez el fenómeno. Porque el 70 por ciento de la película, es esa "tensión" y el desarrollo de la historia en la que Jesús María pasa encerrado en el ático de una mansión siete meses, porque ha matado a su jefe de la construcción donde trabajaba, sin papeles, y donde su novia trabaja de interna doméstica.

Los personajes son precisos en su perfil. Lo malo es que es un perfil que dura dos escenas. Sebastián Cordero es un buen director y su película ha sido premiada en Málaga y en Tokio. Pero cuando la historia se convierte en un thriller y se van muriendo los personajes como en una pesadilla de Fredy Kruguer, entonces los amigos le preguntan a uno al salir de la sala: "¿esto es la vida de los inmigrantes en España?".

Hay un dato que me da urticaria. Uno de los que se forra con el éxito de esta obra, es precisamente quien más maltrata a los inmigrantes en Europa: Silvio Berlusconi, como principal propietario de Telecinco, una de las productoras del film.

*Gustavo Franco Cruz es secretaria de Medios de la Inmigración del Sindicato de Periodistas de Catalunya

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