Derecho de admisión para El Raval

. En 2006 Manuel Delgado y Jordi Carreras, del Grupo de investigación en exclusión y controles sociales de la Universidad de Barcelona, comenzaron un estudio de campo en algunos bares cool del barrio barcelonés del Raval, con el objetivo de “constatar sobre el terreno la práctica de la discriminación, cómo se lleva a término y bajo qué argumentación”.

Según se explica en el resumen del estudio, “los magrebíes en general y otras personas identificadas como extranjeros pobres, no pueden participar de la sociabilidad de determinados bares, del mismo modo que tampoco se les permite formar parte de otros aspectos de la vida social”.


Después de realizar encuestas en 68 establecimientos, los investigadores constataron no sólo las políticas de empresa racistas de los locales para elegir la clientela. En el barrio, corroboran, se da un “proceso de limpieza, se trata de mantener una proporción aceptable y controlada tanto de marginados como de inmigrantes, que aseguren a los nuevos clientes inmobiliarios que encontrarán alguna cosa del que podríamos considerar la marca del barrio, el que le da singularidad y lo hace atractivo en términos de marketing: por un lado un cierto toque canalla, restos todavía vivos del que un día fue el Barrio Chino, y por otro, una cierta presencia de vecinos de aspecto exótico, que garantiza este nuevo sabor local que es el mosaico multicultural”.

La zona fue desde finales del siglo XVIII un barrio obrero, en el que residían mayoritariamente las clases populares. Después crecería el mito del Barrio Chino, dibujado en el imaginario colectivo como un sitio habitado casi exclusivamente por prostitutas, toxicómanos, traficantes de droga, delincuentes variopintos y, de un tiempo a esta parte, inmigrantes. Pero a partir de las Olimpíadas de 1992 y la limpieza de cutis que se efectuó en la ciudad en esos años, comenzó el proceso de reemplazar ciertas clases sociales por otras. Llega la clase media, se van los pobres.

Prueba de esto, apuntan Delgado y Carreras, es “el interés de la Administración por ubicar en la zona algunos equipamientos culturales como el MACBA, el CCCB, el FAD, la Facultat de Geografía e Historia de la UB o la futura Filmoteca” con hotel de lujo incluído, en la zona de Robadors. Tiendas de diseño y restaurantes pintorescos acompañan a lo anterior. Zonas de consumo destinadas a los nuevos vecinos, jóvenes de entre 25 a 35 años españoles o guiris (extranjeros de países desarrollados).

El bar, lo que pasa en la sociedad
El inmigrante (no confundir con extranjero) no sólo se ve excluido de esos espacios por medio de discriminaciones indirectas (como el precio de las copas o el ambiente de determinados sitios). Varios de los bares “cool” del Raval les prohíben la entrada por mecanismos como puertas cerradas que se activan desde dentro, o seguratas que argumentan respuestas como “es una fiesta privada” o “el aforo está completo”.

“Se reproducen algunas lógicas de exclusión vigentes en nuestra sociedad”, explican Delgado y Carreras. Socialmente se entiende que ciertos colectivos tienen unas características específicas. El inmigrante pasa así de ser entendido como sujeto a ser fragmentado en categorías por nacionalidad. Los árabes cargan con el estigma de ladrones y poco amantes del trabajo, las dominicanas son tildadas de prostitutas, etc.

Más allá de la imagen, repetida hasta el cansancio, de un segurata impidiendo la entrada a un local, “mucho más graves, por sus efectos excluyentes, son las macro dinámicas en los centros históricos de ciudades como Barcelona, zonas urbanas objeto de la codicia de promotoras inmobiliarias, de la hoteleria, del comercio de calidad, de la promoción de la ciudad en términos de marketing, etc”, dicen los autores del estudio. “En estos casos, el derecho admisión no se aplica a la entrada a determinados locales, sino a todo un barrio y más tarde o temprano a toda una ciudad, en procesos que desgraciadamente no tienen la legislación vigente en contra, sino a favor”.

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