la inmigración de ayer y la de hoy.




En décadas pasadas pertenecientes al siglo pasado fueron miles y miles los catalanes que se vieron forzados a marchar hacia el continente sudamericano.

Perseguidos por querer ser independientes, otros por que podrían en un par de añitos "hecerse la america", regresar con los bolsillos llenos.

No eran cayucos, eran barcos atestados de gente, centenares y hasta miles de personas que a diario desembarcaban en nuestros puertos, con sus papeles pasaban por nuestras aduanas, cargados de sueños, de esperanzas y también de miedo, de aungustia y hasta de impotencia por lo que dejaron atrás.

Tampoco eran negros, pero sí que hablaban otra lengua, llegaron con otras costumbres y puede que hasta otra religión, otros juegos, llegaron con su música y sus juegos y sus semillas, con conocimientos.

Llegaron con y sin oficios y fueron trabajadores incansables de cualquier cosa, sin conocer días festivos, llegaron con muchos sueños, llegaron quizás alimentados de historias en las que era fácil enriquecerse en america, en las que era muy sencillo regresar en poco tiempo rico y poderoso.

Pero la mayoría de esos miles y miles quedaron por siempre en esas tierras, plantaron sus vides, cultivaron tierras fértiles, formaron sus nuevas familias y poco a poco, nuestra tierra pasó a ser también la suya.

Poco a poco aún a cambio de añoranza, de morriña, del siempre presente sueño de volver, comenzaron a poblar nuevos pueblos que ellos mismos construyeron, donde levantaron sus propias iglesias, donde hasta hoy día, mantienen sus CASAL y sus asociaciones de inmigrantes, mantienen muchos, a pesar de tantos y tantos años, su acento y al igual que nosotros hoy, se les llenan los ojos de lágrimas al escuchar o ver cosas de su amada patria natal.

Junto a ellos también llegó gente de mal vivir, de mala calaña, llegó gente de mente brillante que levantó industrias y abrió caminos nuevos, hubo, como en todo rebaño, ovejas negras y también de las blancas.

Y se ganaron como todos, a pesar de ser de Cataluña o del País Vasco o de Canarias, el inevitable apodo de "gallegos".

Algunos, hoy en día y en tono jocoso, nieto o hijo de aquellos inmigrantes, entre amigos locales prefieren ser llamados "galleguayos" por sentirse un poco de cada tierra, esa tierra a la que muchos desearían, aunque fuese por unas horas, traer sus padres o sus abuelos.

Hoy, somos miles quienes por razones tan diversas como las de aquel entonces, iniciamos el camino de retorno a la madre patria, el proceso reversivo hace mucho está en marcha.

Algunos llegamos con la única esperanza de encontrar aquí una segunda oportunidad, otros, sin haber tomado nota de lo sucedido a nuestros antepasados, con la ilusión de "el dorado europeo", de en un par de años regresar a sudamerica con un buen puñado de billetes.

La historia entonces, se repite.

Somos miles y miles los que hoy como entonces somos orgullosos trabajadores de cualquier cosa, somos miles y miles los que no conocemos días libres.

Añoramos nuestras tierras, nuestros olores, afirmamos con o sin razón que nuestras frutas saben más y mejor que las de aquí, sentimos que algunos valores que aquellos viejos europeos sobrevivientes de guerras, de pestes y de persecusiones nos inculcaron hoy ya no existen.

Pertenecemos a una nueva generación de inmigrantes que hoy le es más difícil entrar como ellos lo hicieron en nuestras tierras, hoy ya no es pasar por la aduana y menos aún, no ser tomados como personas que llegan en busca de un trabajo digno, de una segunda vida, de un recomenzar.

Nos topamos con la burrocracia y la pérdida de memoria, no recuerda el estado español lo que hicimos por ellos.

Cataluña hace lo que puede en ese sentido, basta ver el tema médicos, basta ver el pretendido acuerdo por la inmigración que quieren poner en marcha, basta ver a diputados marroquies o uruguayos nacionalizados españoles sentados en el parlamento catalán.

Claro que algunos aprovenchan esta coyuntura y sacan provecho de los inmigrantes, crean inexisten ayudas a nuestro colectivo, se afanan en dar una imagen de integración que ni desean ni promueven de cara a la localidad donde viven pero de cara al gobierno desgarran sus ropas clamando esa integración por la cual no hacen más que pedir en nuestro nombra subvenciones a las que jamás accedemos, dinero en nuestro nombre para cosas a las que en realidad involucran más a los de aquí que a los foráneos.

Aprovechan nuestra condición de inmigrantes para que las estadísticas los favorezcan, pero a la hora de que se nos otorguen derechos que conllevan obligaciones y responsabilidades, no se nos llama ni se nos consulta, ni se nos pide opinión.

Sin duda no son los años del 1900.

Hoy servimos para dar mejor imagen, pero rara vez servimos o somos tenidos en cuenta por lo que en realidad somos: personas contribuyentes, que pensamos, que sufrimos, que somos, más allá de nuestra procedencia seres humanos.

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