Sabores de aquí y de allá
Mescladís ofrece talleres de cocina intercultural a niños, jóvenes y mayores
El restaurante del barrio de Sant Pere es también una escuela de cocina para inmigrantes
En aranés, mescladís quiere decir mestizaje o mezclado, como cuando se combinan varios ingredientes para hacer unas empanadas. Un término de una lengua minoritaria que refleja la diversidad que existía en Catalunya mucho antes de las recientes migraciones. Es la palabra que escogió Martín Habiague, de 44 años, para nombrar el proyecto intercultural que fundó en el barrio de Sant Pere en 2005.
Cocina intercultural 8 Martín Habiague y Soly Melamine, junto a los fogones de Mescladís. DANNY CAMINAL
Esta es la misión del taller de cocina intercultural para personas mayores que se organiza los miércoles por la tarde en el local de la calle de los Carders, 35. Los participantes son vecinos de toda la vida que han vivido la transformación social trepidante del barrio en primera persona. A través de las clases de cocina, no solo aprenden a preparar un plato de otro país, también se empapan de la cultura e historia.
Si ese día el tallerista es Martín, puede que explique cómo hacer un buen mate o unas empanadas argentinas, pero a lo largo de la clase también contará la historia de su abuela asturiana y su abuelo vasco, quienes emigraron a Argentina a principios del siglo pasado. Suele destacar paralelismos para dar una perspectiva histórica de las migraciones. «Aquí se criminaliza lo que conocemos como piso patera», cuenta como ejemplo. «Pues allá existía lo mismo. Lo único que se llamaban conventillos y los ocupantes podían ser catalanes, asturianos o gallegos», explica.
Otro profesor habitual es Soly Melamine, senegalés de 27 años y graduado del alma de este proyecto intercultural, la escuela de cocina de Mescladís. Está dirigida a inmigrantes y consiste en 420 horas de formación de cocina y hostelería, prácticas en una empresa local y ayuda para encontrar empleo.
El primer plato que enseñará Soly esta semana es el boye, que se hace con base de fruta del baobab, un árbol de tronco masivo que es símbolo nacional y figura en la bandera senegalesa. La segunda receta es la del murake, un ejercicio de ingenio que consiste en convertir el pan duro de ayer en un plato rico de hoy.
El joven africano identifica el murake como metáfora de su propia experiencia. Antes solo veía «el pan viejo y duro» del país que dejó atrás. Ahora a través de la cocina ha aprendido a valorar sus raíces, que vincula con su país adoptivo. Viene de Casamanza, región autónoma de Senegal que busca la independencia. «Así que prácticamente soy catalán, catalán de Casamanza», concluye.
fuente: el periodico
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